lunes, 20 de mayo de 2013

¡Comienza la odisea!

Martes 10 de julio 2012

Tal y como os dije empezaremos a reconstruir este viaje desde el principio. Hace tiempo leí en alguna parte que la esencia de la aventura es la incertidumbre y esta se hace evidente desde el principio, pues uno nunca sabe por dónde va a salir la gente esta de las aerolíneas. Pero bueno, consigo facturar sin problemas y por esta vez los mamones de R***air no me han dado por culo con su absurda, o mejor diré avarienta política de equipajes (1) y mi bicicleta, ya desprovista totalmente de su función, sigue por unas horas un camino distinto al mío, aunque con un mismo destino.

(1) si alguna vez hacéis un viaje en bici y tenéis que facturar la bicicleta os aconsejo que en la misma caja metáis las alforjas y todo lo que os quepa. Así la bici irá más protegida y os ahorraréis la pasta de tener que facturarlas. ¡Ah! La caja la podéis conseguir en cualquier tienda de bicicletas y si queréis más consejos respecto a esto no dudéis en escribirme.

Pero volvamos de nuevo a la historia. Tras los controles rutinarios, vago por el aeropuerto con los ojos apuntando hacía la puerta de embarque, ojos que por un momento se desvían de su objetivo al ver una foto tirada en el suelo y que mi mano recoge instintivamente. Es una foto de pasaporte de una joven rubia de ojos claros y gesto algo serio, aunque guapa. La he recogido, pues, con la esperanza de encontrar a su doble real y devolvérsela, pero pasan los minutos y no consigo dar con ella. Así que es más que probable que ande ya surcando el cielo, azul radiante ese día, en un avión blanco, igual a una cigüeña solitaria que se ha extraviado de su bandada y sigue su propio camino.

Tras unas horas de vuelo llego a mi destino, el aeropuerto Marconi de Bolonia. Todo el mundo ha recogido ya su equipaje y mi bicicleta no aparece por ningún lado. Esto me preocupa un poco, pues no llevo luces y apenas queda escasamente una hora de luz natural. Pregunto por aquí y por allá y al final aparece un tipo con la caja. Me doy prisa en desembalar la bicicleta y compruebo con cierto desagrado que el eje de uno de los cierres de las ruedas se ha torcido de un golpe (2). Por suerte consigo colocar la rueda en la horquilla y me pongo en marcha cuando apenas quedan unos minutos de luz.

(2) Os aconsejo quitar los cierres de las ruedas para evitar sorpresas desagradables y nunca está de más llevar uno de repuesto, pues es algo que no ocupa mucho y pesa poco.

Tengo que confesar que este no es mi primer viaje en bici. Durante en verano de 2009 viajé en solitario por Francia, Bélgica, Holanda y Alemania. Fue un viaje increíble, pero os cuento ésto porque durante ese tiempo perfeccioné un método para orientarme sin tener que echar un vistazo a los mapas cada dos por tres (no tengo GPS ni creo que alguna vez lo tenga). La cosa es así, el día anterior trazo el camino a seguir con google maps, apunto el nombre de los pueblos que tengo que atravesar hasta mi destino y si algo falla, que no suele fallar, pregunto a la gente que siempre es amable con los que viajamos en bicicleta.

El caso es, fuese porque mi práctica con el método estaba un poco oxidada o por cuestiones del azar, que compruebo con cierta sorpresa que la ruta que había trazado atravesaba una propiedad privada, una vasta cantera de piedra. A vista de pájaro parecía otra cosa, pero bueno, ya no queda mucha luz y no me apetece dar media vuelta. Me apresuro, pues, en saltar la cadena que me impide el paso y adentrarme en un terreno desconocido, entre montones de tierra, maquinaria pesada y cintas transportadoras que a esas horas del día descansan igual que los hombres que las manejan. Al cabo de un instante escucho ladridos de perro y tengo la impresión que de un momento a otro voy a toparme con un vigilante con cara de pocos amigos y con su amigo, el perro. Por suerte nadie sale a mi encuentro y consigo llegar al otro extremo de la cantera. Allí me alegro  de ver, al lado de una especie de oficina, una abertura en la verja que da a una calle con algunas casas aquí y allá, pues ya empezaba a dudar si podría salir de este sitio. Al otro lado de la verja veo a un grupo de gente conversando, no más de tres o cuatro, que me mira al principio de forma extraña. Toca sonreír y sonrío lo mejor que puedo. Les saludo con mi italiano rudimentario y pregunto a uno de ellos, a un chico negro, cómo llegar a Bolonia. Me da unas indicaciones, le doy las gracias y me despido de ellos con la certeza de que en una media hora estaré en el centro de Bolonia.

Continuará....





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